Comentario
El historiador conquistador
El cacique Francisco Calchaquí, de quien tomó nombre el dicho valle, había recibido como regalo una manta y camiseta de raja con pasamanos de oro. Se la había regalado el gobernador Francisco de Barrasa y de Cárdenas; pero no la había pagado. Era natural que el vendedor de ponchos Juan Antonio de Buenrostro reclamase su importe al gobernador Alonso de Ribera el 19 de junio de 1606. El gobernador ordenó a los oficiales reales, Díaz de Guzmán y Toledo Pimentel, que hiciesen ese pago; pero los oficiales se negaron diciendo que no les correspondía. El 16 de mayo de 1607, el gobernador reiteró la orden y los oficiales volvieron a oponerse. El gobernador, sin más vueltas, ordenó mantener presos en sus casas a los oficiales reales hasta que pagasen y, entre tanto, sacarles prendas que valiesen la cantidad del obsequio hecho al cacique: 119 pesos. El 25 de septiembre, Díaz de Guzmán y Toledo Pimentel pagaron el poncho con dinero de la caja real.
Díaz de Guzmán se sintió herido. El 18 de mayo de 1607 escribió al rey un memorial en que detallaba los abusos del gobernador. Se fue a Santiago del Estero donde lo esperaba la orden de destitución y embargo. Fue así cómo se dirigió a la ciudad de La Plata con la esperanza de lograr una encomienda en la ciudad de Talavera. Lo mejor que hizo en La Plata fue comenzar a escribir sus Anales del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de La Plata. Era una obra que faltaba en estas regiones. No sabemos quién pudo darle la inspiración. Muy posible es que su padre, un hombre de tanta prosapia, le hablase de sus abuelos y de las aventuras que le tocó vivir. Otros conquistadores habrán hecho lo mismo. Sin duda leyó los cronistas entonces conocidos y que alguien había llevado al Alto Perú. El mismo nos dice que acudió a los recuerdos de sus antepasados, de antiguos conquistadores y personas de crédito. De este modo, vine a recopilar este pequeño libro, corto y humilde cuanto lo es mi entendimiento y bajo estilo, sólo con celo de natural amor y de que el tiempo no consumiese la memoria de aquellos que con tanta fortaleza fueron merecedores de ella dejando su propia quietud y patria por conseguir empresas tan dificultosas.
Díaz de Guzmán no quería que el ayer se borrase en el recuerdo. Su fin era vencer al olvido. Tenía un amor profundo por su patria, es decir, por Paraguay y el Río de la Plata, y por los hombres que habían convertido esas soledades en un conjunto de pequeñas y sonrientes poblaciones. Sabía que el alma de la historia es la pureza y la verdad, definición que sus comentaristas no han sabido valorar y que revela un hondo sentido de la filosofía de la historia y del fin que debe tener todo historiador. Era humilde y suplicaba a todos los que lo leyeran que comprendiesen su buena intención y supliesen con discreción las faltas que pudiese cometer.
El 25 de junio de 1612, en Charcas, Díaz de Guzmán terminó la primera parte de La Argentina. Así lo dijo al final de la Dedicatoria del autor. No sabemos si escribió la segunda parte o se ha perdido. En este último caso queda la esperanza de que pueda ser encontrado. Es difícil que ello ocurra. Hay un libro, aún inédito, de un colega que ha muerto, que enumera todas las obras históricas de que se tiene noticia que existieron y nadie puede encontrar. El caso del jesuita Pastor es un ejemplo.
Díaz de Guzmán andaba en busca de empleo. No sabia qué hacer. Pidió cualquier ocupación. El virrey Marqués de Montesclaros te autorizó a conquistar los chiriguanos. Eran un pueblo tupiguaraní, llegado, siglos antes, de la costa del Brasil y que se había extendido, como dijimos, hasta por la costa del océano Pacífico. Alfredo Metraux ha estudiado las migraciones de los guaraníes. Lo mismo hemos hecho nosotros en otra publicación32. Unos fuertes grupos se establecieron en los primeros contrafuertes andinos, donde aún se encuentran. Los incas trataron inútilmente de someterlos. Igual cosa intentó el virrey Toledo. Andrés Manso, desde el Alto Perú, y Nufrio de Chaves, desde el Paraguay, combatieron contra ellos y terminaron por ser sus víctimas. Nada menos que a estos salvajes se iba a encaminar Díaz de Guzmán. Era la conquista que se prolongaba fuera de su tiempo, como si fuera en la primera mitad del siglo XVI. Algunos misioneros, como el padre Juan Patricio Fernández, en su Relación de los indios chiquitos33 nos ha dejado descripciones impresionantes de la zona. Bosques espesísimos con todo género de animales: monos, antas, ciervos, cabras, tortugas, culebras, abejas y otros bichos, muchos venenosos, sin hablar de los mosquitos infinitos. La muerte estaba en todas partes. Los conquistadores mordidos por algunas víboras enloquecían y experimentaban fuertes convulsiones. Había que andar con la brújula en la mano para no extraviarse. Los chiriguanos, en esos bosques, esclavizaban más de 10.000 indios chanes. Cinco años luchó Díaz de Guzmán contra estos indios y otros horrores. A los cuatro de haber terminado la primera parte de su Historia, el 20 de septiembre de 1616, escribió una carta al rey de España desde el fuerte de la Magdalena, en medio de los chiriguanos. Le expuso sus propósitos. No podían ser más grandes y acertados: tanto que, todavía hoy, no se ha logrado cumplirlos. Pensaba, ante todo, fundar una ciudad como la de Jerez, que él había creado en Paraguay. Sabía la importancia inmensa que, en América, tenían los caminos para comunicar y unir las regiones más lejanas. Soñaba extender el comercio del Río de la Plata y de Brasil al Tucumán y al Alto Perú y Perú. Era una aspiración que sólo en estos últimos años se trata de llevar adelante y perfeccionar. Como siempre, la burocracia, la intervención, inútil y envidiosa, permanentemente destructora, de algunos gobernantes, en vez de estimular esos esfuerzos, los paralizó. El virrey envió a visitar la tierra al corregidor de Tomina, Juan Arce de Alvendin. Era un enemigo oculto de Díaz de Guzmán. En su informe reconoció que a Díaz de Guzmán le sobraban buenos deseos de acertar en la pacificación de los indios; pero les falta todo lo demás que para ello es necesario, porque no tiene fuerzas ni caudal por ningún caso para adquirir, ni tiene disposición ni conocimiento de las cosas necesarias, ni determinación en lo que debe ejecutar, ni talento para saberse portar en las ocasiones que en los casos que se ofrecen piden así con los españoles como con los indios.. Todo lo que se le exigía era lo que no le suministraban las autoridades. Disponía de unos 114 hombres para hacer frente a miles de indios antropófagos y salvajes, de una crueldad pavorosa. El corregidor Arce proponía que se aumentasen los hombres de Díaz de Guzmán a 200 (2.000 habrían sido pocos). Afirmaba que era preciso fundar nuevos fuertes, sin proponer los medios. Estos debían sacarse, a su entender, de la real hacienda, que no daba un real, o de alguna persona acomodada. Díaz de Guzmán no tenía dinero para contratar más hombres, comprar armas y herramientas de trabajo, echar los fundamentos de fuertes y poblaciones: un mundo de esfuerzos que, sin la ayuda de las autoridades, se hacía imposible. El virrey de Perú, príncipe de Esquilache, advirtió la realidad de estos hechos y lo hizo saber el rey de España: Siempre entendí que las entradas de Ruy Díaz de Guzmán y don Pedro de Escalante tenían tan poca subsistencia como las haciendas de sus dueños y, últimamente, viendo que la audiencia de Charcas les había hecho dos socorros, aunque en moderada cantidad, de la real hacienda, me pareció que se iba entablando la suerte que vendría a quedar a cuenta de vuestra majestad el socorrerlos prosiguiéndolas... Era el 27 de marzo de 1619. Su Majestad no socorrió en nada esa empresa. Díaz de Guzmán tuvo que abandonar la conquista de los chiriguanos. Era algo que todo el Perú no podía lograr y nunca logró. Díaz de Guzmán volvió a su patria, a Asunción. Allí vivió como alcalde de primer voto y el aprecio de todos los pobladores. Además tenía su título de general. Nadie se daba cuenta de que poseía un título mayor: el de primer cronista e historiador nativo de esa inmensa y maravillosa tierra. Murió en Asunción el 17 de junio de 1629. Al día siguiente, los cabildantes Melchor Casco de Mendoza, Juan Carlos Uñasco, Juan de Ballejo Billasanti, Blas Simón y Martín de Urúe de Zárate, se reunieron en presencia del gobernador don Luis de Céspedes Xeria y eligieron en el cargo de Díaz de Guzmán al alférez real y regidor más antiguo del Cabildo, Martín de Orúe de Zárate. Paraguay debe un monumento a su primer historiador y cronista.